Los Coleccionistas by David Baldacci

Los Coleccionistas by David Baldacci

Author:David Baldacci
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-12-17T15:04:24.781922+00:00


Capítulo 37

El Nova siguió a la camioneta de Fire Control, Inc., a una distancia prudencial. Caleb conducía, Stone iba a su lado, y Reuben, en la parte de atrás.

—¿Por qué no llamamos a la policía y lo dejamos en sus manos? —preguntó Caleb.

—¿Y qué les decimos? —repuso Stone—. Dijiste que la biblioteca sustituiría el viejo sistema antiincendios. En apariencia, eso es precisamente lo que están haciendo esos hombres, y podría poner sobre aviso a la gente equivocada. Necesitamos sigilo, no a los polis.

—¡Maravilloso! —exclamó Caleb—. O sea, ¿qué tengo que arriesgar mi vida en lugar de que lo haga la policía? La verdad es que no sé para qué cono pago impuestos.

La camioneta giró a la izquierda y luego a la derecha. Habían dejado atrás la zona del Capitolio y habían llegado a una parte más decadente de la ciudad.

—Aminora-dijo Stone—. La camioneta está parando.

Caleb aparcó junto al bordillo. La camioneta se había detenido frente a una puerta eslabonada que otro hombre abría desde dentro del complejo.

—Es un almacén —dijo Stone.

La camioneta entró y la puerta volvió a cerrarse.

—Bueno, aquí se acaba nuestra aventura —dijo Caleb, aliviado—. Por Dios, después de esta pesadilla necesito urgentemente un cappuccino descafeinado.

—Tenemos que pasar al otro lado —dijo Stone.

—Exacto —convino Reuben.

—¡Estáis locos! —exclamó Caleb.

—Quédate en el coche si quieres, Caleb —le dijo Stone—, pero tengo que averiguar qué pasa ahí dentro.

—¿Y si os pillan?

—Pues nos pillaron, pero creo que vale la pena intentarlo —respondió Stone.

—¿Me quedo en el coche? —dijo Caleb lentamente—. Aunque no me parece justo si los dos os arriesgáis...

—Si tenemos que largarnos a toda prisa, es mejor que estés en el coche —le interrumpió Stone-listo para salir pitando.

—Desde luego, Caleb —afirmó Reuben.

—Bueno, si eso creéis... —Caleb sujetó el volante con fuerza y adoptó una expresión resuelta—. He salido derrapando a toda velocidad en más de una ocasión.

Stone y Reuben salieron del coche y se acercaron a la valla. Ocultos tras una pila de tablones viejos amontonados fuera del almacén, observaron la camioneta detenerse en un extremo del aparcamiento. Los hombres salieron del vehículo y entraron en el edificio principal. Al cabo de unos minutos, esos mismos hombres, con ropa de calle, se marcharon en sus coches. Un guardia de seguridad cerró la puerta con llave y regresó al edificio principal.

—Lo mejor será que escalemos la valla por el otro lado, donde han aparcado la camioneta —dijo Reuben—. Así la camioneta nos tapará si el guardia vuelve a salir.

—Buen plan —dijo Stone.

Corrieron hasta el otro extremo de la valla. Antes de comenzar a trepar, Stone arrojó un palo.

—Sólo quería asegurarme de que no estuviera electrificada.

—Claro.

Escalaron la valla lentamente y saltaron en silencio al otro lado, se agacharon y se dirigieron hacia la camioneta. A medio camino, Stone se detuvo y le hizo una seña a Reuben para que se tirara al suelo. Rastrearon la zona con la mirada, pero no vieron a nadie. Esperaron otro minuto y luego reemprendieron la marcha. Stone se apartó repentinamente de la camioneta y corrió hacia un pequeño edificio de hormigón situado cerca del final de la valla.



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